Cada vez la política se vuelve más compleja. Por un lado tenemos un creciente flujo de información hacia los electores que en lugar de informar confunde, pero sobre todo polariza.
Este es un escenario propicio para la balcanización de los partidos políticos. Ya que hemos creado una política on demand, donde es rentable la captura de pequeños colectivos homogéneos. Diríamos “el triunfo de lo minoritario”. Tal y como lo explica Anderson en La Economía Long Tail, hoy vemos sistemas políticos donde diez o más partidos se presentan a elecciones en una pequeña región.
La distribución de la oferta política tiene una “cola larga”. Es decir, que a pesar que una parte de la distribución se aglutina en los primeros 2 o 3 partidos, hay muchos pequeños partidos que siguen siendo viables.
En la búsqueda del voto se ha vuelto muy rentable ir por micro-nichos de electores proporcionando un pack de soluciones a medida, solo reafirmando de lo que ya están convencidos. Las redes sociales y otros mecanismos permiten enfocar la clientela partidista de forma “particular” sin incurrir en grandes costos, con lo cual la afiliación se personaliza.
En principio, esto no parece necesariamente malo. Sin embargo, esconde una gran perversidad para cualquier sociedad ya que desgraciadamente se aborta la discusión de las ideas generales para pasar a discutir lo que pasa o no in my backyard. Los pequeños caprichos son servidos en bandeja por los partidos, en el margen se lo pueden permitir. Esta forma de hacer política encuentra su cenit con la segregación étnica, religiosa, etc. Pues por encima de las ideas persistirán otros aspectos “más privados”, como nuestro color de piel. Y así nuestras afiliaciones tienen que ver con todo menos con nuestras ideas.
La política y las etnias han visto demasiados ejemplos ruinosos, por ejemplo en la antigua Yugoslavia, los ustashas (musulmanes) y los chetniks (serbios ortodoxos) se masacraron en prácticamente todas las guerras. Los primeros incluso ya aliados con los Nazis imitaron campos de concentración, llenándolos de serbios y judíos, mientras los croatas (católicos) a su vez confrontados con los serbios (ver Tim Judah, The Serbs). En este triángulo amoroso no cabía la discusión de las ideas.
En una reseña que hice al libro más reciente de Ezra Klein, se describe como la identidad es más fuerte que la ideología. Y como hoy claramente se nota en el sistema político de Estados Unidos.
Un ejemplo más reciente lo vimos en las elecciones en Cataluña, donde nueve partidos políticos compitieron. De estos una parte son independentistas y en este grupo hay partidos de izquierda moderada, radical, antisistema… mientras hay otros de derecha independentista también. De igual forma, hay quienes son “constitucionalistas”, también representados en partidos de izquierda moderada, radical, derecha moderada, radical, centro… La política on demand, al servicio de los pequeños caprichos, pero en que realidad no cumple a ninguno.
El mundo moderno nos ha ofrecido algo más tentador que el fraternizar con individuos que piensan de forma similar a nosotros. La política on demand nos ofrece emparentar con un quién piensa exactamente igual y con esto nos ha quitado el agobio de discutir.
En una nota anterior describí el poder de las redes sociales y como éstas logran “aislarnos” para así homogeneizarnos. Este proceso aunque muy provechoso para monetizar cada grupo, es desastroso. Ya que nos separa cada vez más, volviéndonos intolerantes a los que estén fuera de nuestro grupo-zona de confort. Parte relevante de una democracia es que sean las ideas la base de la afiliación y la responsabilidad de la lucha política que surja de ahí es de todos. La comodidad de ver la película que queramos cuando la queramos no aplica en política. Debemos escoger todos juntos la programación y esperar turno para que pase nuestra serie favorita.
Buen artículo Pedro